El misterio que suponía para nuestros antepasados la explosión de vida que experimenta la vid en primavera les hizo asociarla con la divinidad y así, en todas las culturas de la Antigedad, el vino ha estado presente, ya en la vida cotidiana ya en los actos religiosos como ofrenda a sus dioses. Aunque tradicionalmente es más conocida la civilización grecorromana, representada en los dioses Dionisios y Baco, por su cercanía a nuestra cultura, en realidad existe un antes y un después en la historia del vino y el punto de inflexión se encuentra en el Antiguo Egipto. El vino pasó de ser una bebida más a adquirir el título honorífico de la cultura, lo que hoy denominamos la cultura del vino Desde los comienzos de su historia, los egipcios descubrieron el placer de saborear y degustar el buen vino.
Poseían la planta de la vid que había sido importada, y pronto aprendieron a vendimiar creando una carta de vinos que procedían en su mayor parte, del Delta, de la región de Menfis y de los Oasis.
El vino se convirtió en un bien muy preciado que se bebió en grandes fiestas y ocupó las mesas de reyes, nobles y altos dignatarios; tampoco faltó en los templos donde fue utilizado en rituales vinculadas a ciertas divinidades entre la que destaca Hathor. Su simbolismo religioso se acrecentó durante el período copto, cuando los cristianos egipcios lo incorporaron a la eucaristía.
Por tanto, consideramos el estudio del vino en la antigüedad fundamental para situarnos en nuestro propio contexto cultural actual.